lunes, 14 de febrero de 2011

Presentación de 'Sombras de un Amanecer' en Madrid: José María González Muñoz

Cuando hace tres días me llamó Elena por teléfono para pedirme que hoy presentara su libro "Sombras de un Amanecer", me sentí muy honrado, pero cayó sobre mí la difícil tarea de tener que buscar las palabras con que hacerlo, las palabras justas, las palabras más llenas de objetividad posible, las palabras que no devoraran, a su vez, las palabras suyas, las hermosas palabras suyas. Porque, ¿quién soy yo, o cualquier otro, para juzgar, analizar, opinar, desentrañar el misterio de una escritura que sólo conoce en su verdadera hondura quien la creó? De otro lado, cuál debería ser la forma más adecuada de acercarse a un libro de poemas, sino con mucho tacto, con cierto sigilo, delicadamente; cómo leerlo, cómo pensarlo, cómo interiorizarlo, cómo hacerlo nuestro sin robar nada a la autora...Incluso de qué forma leerlo, porque un libro de poemas es más que un libro humano, es el deslumbrante resultado de ese pensamiento hecho palabra cuando una nube de gloria nos arrebata a lo alto. Y es que la poesía es privativa de lo humano, pero lo trasciende, y nos eleva hacia una región ignota en donde sólo cabe la hermosura. En el libro que nos ocupa, en cuántos momentos he sentido eso que decía José Hierro en unos versos: “...irme inundando de belleza/ hasta dejar de ser materia.” Luego, descendido a tierra, uno vuelve a ser materia, lo cual no está mal -que de ella estamos hechos- con tal de no acabar siendo materialistas.

Bien. En este último libro de Elena late con más fuerza su idea constante, bien explícita o latente en todos sus poemas, de la libertad (en cuya calle estamos, mira tú por dónde). Pero la libertad no se nos da, la libertad se arrebata. Y con dolor. Elena ha tenido que despedirse de muchas cosas para alcanzar otras; esto deja heridas. Qué corazón, si no está herido es capaz de decirnos:

Quiero sentir la vida en lo que he perdido
y en lo que no he ganado.

O también:

Sin vida escribí versos vivos.

A este propósito me viene la reflexión de cómo la obra de Elena es una constante, y muy preciosa, paradoja. Podríamos decir, ¿cómo su propia vida? Quizá, no en vano ella vierte su intimidad en torrentera, impetuosamente, apasionadamente, ardientemente, enamoradamente. ¿Poesía subjetiva? Pero, ¿hay algo objetivo tras haberlo mirado nuestros ojos, palpado nuestras manos, oído nuestros oídos? Se me ocurre: Cuando Machado dice en "Yo voy soñando caminos de la tarde", que "la tarde cayendo está", eso es un hecho objetivo, sí, no hay vuelta de hoja, el sol se pone y vendrá la noche, pero justamente al constatar él lo que ocurre ya lo ha impregnado, contagiado de su propio ser; ya lo ha subjetivizado, o subjetivado (elegid el verbo que más os guste). Así, Elena, con sus cinco sentidos escribe y con sus cinco sentidos nos late entre las manos cuando en ellas sostenemos su libro. Pues qué bien, y qué gozo.

Pero volvamos a lo paradójico de su poesía y, para ello, citemos versos:

En esa playa naufraga mi vida
y navega serenamente.

Otro:

Quiero quererte y olvidarte al mismo tiempo.

Y qué decir sobre algo tan expresivo de lo que comentamos:

Aprendí a mar entre versos que cantaban al desamor.

Acabemos con los ejemplos:

Antes de marcharte, quédate.

Pero en este libro también se nos revelan otras notables facetas de Elena, de una mujer que va dejando caer sus dudas por el camino, que va sabiendo aceptar el gozo y el dolor de la vida con una sabiduría adulta y lo expresa con total firmeza y convicción, pero de una manera, cómo no, y por qué no decirlo, poética. Miremos el poema titulado "Despertó la Noche." ¡Qué final!: "Todo parecía ir bien, hasta que la noche despertó/ y descubrimos que nuestros ojos/ miraban horizontes diferentes." O este otro: "Quédate con tu otoño/ yo me quedaré buscando/ una nueva primavera." O este otro más: "Ya no hay soledad en mis manos/ la noche y yo ya no esperamos nada/ La noche y yo aprendimos a no esperar nada." Esto es saber crecer, "irse haciendo mayor" de la mejor manera, no perdiendo el sentido de la emoción, del asombro, de la sorpresa, es decir, de lo que nos queda –y ojalá que por mucho tiempo- del niño que fuimos, pero sabiendo que las cosas no son mejores de lo que son.

Y para terminar, hay dos versos que me han conmovido especialmente, quizá por mi identificación total con la escritora:

Aprendí a mar sin saber
si sabría amar.

Y ahora sí que acabo, mencionando esos preciosos retratos de sus sobrinas Julia y Candela y de su tía Isabel: qué bellísima descripción, con resonancias de Gabriela Mistral en los dos primeros: de Julia dice:... sus manos pequeñitas/ son como pequeños versos. Y de Candela, Candela lleva la luz/ en sus pequeñas manos. La Mistral cantaba en su poema: "Manitas de los niños/ manitas pedigüeñas/ de los valles del mundo sois dueñas. Manitas de los niños/ hechas como de suave harina/ la espiga por besaros se inclina..." En los versos a su tía Isabel, recios y hermosos por entero, describe su fortaleza, su alegría contagiosa, su sabiduría, el anhelo de que vuelva cuando se aleja... Hasta llegar al final con uno de antología. Dice, fijaos bien: Alma que llega.

La Vida siempre está jugando con nosotros: nos da y nos quita. A mí me ha quitado hace poco a seres muy queridos. Pero entre lo que me ha dado, ¡qué precioso lugar ocupa Elena! Lo diré con versos suyos: Esta noche, Elena, quizás, todavía tenga de ti el alma enamorada.

José Mª González Muñoz Madrid, 12 de Febrero, 2011)

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